viernes, 15 de agosto de 2008

Domingo, 17 de agosto de 2008

El universalismo irritante de Dios es el tema de las tres lecturas. Por una parte nos gusta un Dios que nos ama a todos. Por otra parte, nos gusta un Dios que hace justicia con quienes no siguen sus enseñanzas; y en realidad nos gustaría que haga un raya para distinguir los buenos (nosotros) de los malos (ellos).  Isaías trastorna este deseo y nos deja saber que Dios es el Señor de todo, y encuentra la manera para darles la bienvenida a todos. Pablo dice algo sobre esto: ustedes los “gentiles” no son mejores que los judíos con quienes no se la están llevado, ni ellos son “mejores” que ustedes; entonces, ¡sean amables! Y el Evangelio es la vida de Jesús misma que lucha con el universalismo que Él ordena– ya sea para  crear más suspenso y enseñarles a Sus discípulos más profundamente, como los primeros santos habían pensando, o si Él mismo tenían que crecer también, como lo sienten los comentadores modernos. De una u otra forma, Dios es más grande de lo que queremos que él sea, y su amor es mucho más amplio de lo que esperamos. (¡Estas lecturas deberían de ser las “lecturas” de todas las ordenaciones episcopales y sacerdotales, y de todas las profesiones religiosas solemnes! Si quienes son líderes no recuerdan esta verdad, y no tratan de ser parte de ella, ¿cómo lo haríamos los demás?) 

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