El universalismo irritante de Dios es el tema de las tres lecturas. Por una parte nos gusta un Dios que nos ama a todos. Por otra parte, nos gusta un Dios que hace justicia con quienes no siguen sus enseñanzas; y en realidad nos gustaría que haga un raya para distinguir los buenos (nosotros) de los malos (ellos). Isaías trastorna este deseo y nos deja saber que Dios es el Señor de todo, y encuentra la manera para darles la bienvenida a todos. Pablo dice algo sobre esto: ustedes los “gentiles” no son mejores que los judíos con quienes no se la están llevado, ni ellos son “mejores” que ustedes; entonces, ¡sean amables! Y el Evangelio es la vida de Jesús misma que lucha con el universalismo que Él ordena– ya sea para crear más suspenso y enseñarles a Sus discípulos más profundamente, como los primeros santos habían pensando, o si Él mismo tenían que crecer también, como lo sienten los comentadores modernos. De una u otra forma, Dios es más grande de lo que queremos que él sea, y su amor es mucho más amplio de lo que esperamos. (¡Estas lecturas deberían de ser las “lecturas” de todas las ordenaciones episcopales y sacerdotales, y de todas las profesiones religiosas solemnes! Si quienes son líderes no recuerdan esta verdad, y no tratan de ser parte de ella, ¿cómo lo haríamos los demás?)
viernes, 15 de agosto de 2008
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